jueves, 5 de marzo de 2009

A propósito de la sabiduría

Por: Luis Armando González (*)

Élites salvadoreñas obraron contra el conocimiento, el saber y la sabiduría

SAN SALVADOR - La propagada de moda de Fuerza Solidaria y ARENA llama a los salvadoreños y salvadoreñas a votar con sabiduría el 15 de marzo próximo, lo cual en su lógica supone votar por Rodrigo Ávila. Es curioso que se apele a la sabiduría ciudadana para apoyar al candidato de un partido que, desde siempre, se ha servido de la ignorancia popular para mantenerse en el poder.

Y es que la sabiduría –esa que nace de la reflexión madura sobre las propias experiencias de vida y sobre el pasado y el presente de la sociedad a la que se pertenece— lejos de traducirse en un respaldo para ARENA, lleva a un rechazo a todo lo que este instituto político representa. O sea, sabiduría y ARENA están en bandos opuestos; y ello no es si no expresión de un divorcio de larga data entre las élites oligárquicas y la cultura crítica, divorcio a partir del cual las primeras han podido mantenerse en el poder amparadas en oscurantismo, el conservadurismo y los tabúes populares.

Pese a lo anterior, desde ARENA (y Fuerza Solidaria) se está intentando asociar la sabiduría con una opción electoral por su candidato presidencial. Se trata de un artilugio publicitario, obviamente. Porque difícilmente puede haber sabiduría, en sentido estricto del término, en el apoyo a un partido que ha hecho muy poco en los últimos 20 años para que la mayor parte de salvadoreños y salvadoreñas cuenten con condiciones de vida dignas y al que la educación de los y las jóvenes le ha importado poco. No puede haber mucha sabiduría y sí mucha ignorancia, y manipulación de las conciencias.

Como quiera que sea, una cosa es indiscutible: en su participación política –y no sólo a nivel electoral— la gente debe hacer uso de toda su sabiduría para tomar las mejores decisiones. Debe apelar a sus experiencias de vida acumuladas, a su situación real en empleo, salud, educación, vivienda y esparcimiento. Es decir, debe juntar sabiduría con realismo, de modo que la primera tenga como contenidos los problemas de la realidad y no las ilusiones, las fantasías y los tabúes que se fraguan en los equipos publicitarios de ARENA, en las grandes empresas mediáticas y en algunas iglesias.

La sabiduría, como se dijo antes, tiene que ver con las experiencias de vida acumuladas y por el modo cómo esas experiencias se vinculan con la realidad. Pero también la sabiduría tiene que ver directamente con el saber: de hecho, la sabiduría es, en sentido estricto, saber acumulado tanto en el plano personal como en el ámbito colectivo. Obrar con sabiduría significa poner en acto ese saber acumulado, que será más rico o más pobre en contenidos y perspectivas dependiendo de cuán amplio y diverso sea.

Ahora bien, el saber sólo se logra a partir del conocimiento, que debe ser entendido como un proceso de búsqueda de lo que son los dinamismos (mecanismos) que explican por qué algo funciona, se desarrolla o se manifiesta de la manera en que lo hace. Hay, obviamente, distintos tipos de conocimiento –filosófico, científico, poético, literario, mitológico, religioso—, pero en todos ellos está presente la búsqueda de algo que está más allá de lo inmediato, de algo que explica (justifica o da sentido) a lo que tenemos delante de nosotros.

Aunque puede ser discutible sostener que el conocimiento científico y el conocimiento filosófico están por encima de los demás, no lo es lo decir que sin ellos aspectos importantes de la realidad se quedarían sin ser dilucidados debidamente. Y eso con perniciosas consecuencias prácticas para la vida de las personas, tal como lo ponen de manifiesto, por el lado positivo, los avances en los conocimientos médicos desde la Grecia clásica hasta la actualidad.

En otras palabras, el conocimiento científico y el filosófico –y sin duda alguna, también el poético, el literario, el mitológico y el religioso— enriquecen el saber y, en consecuencia, la sabiduría. Pero para adquirir esos conocimientos y, más aun, para que los mismos se conviertan en patrimonio colectivo se requiere una serie de condiciones materiales y espirituales que lo hagan posible. Esas condiciones no surgen de la nada, sino que tienen que ser creadas por quienes tienen los recursos y el poder para hacerlo.

¿Ha sido así y es así en El Salvador? Francamente, no. Al contrario, las élites salvadoreñas han ejercido históricamente su poder no sólo de espaldas, sino en contra del conocimiento y el saber en sus distintas manifestaciones. A lo largo del siglo XX vieron al conocimiento y al saber como enemigos a destruir, porque desde ambos se cuestionaban sus privilegios, riqueza y abusos. La máxima expresión de este afán de destrucción del saber y del conocimiento fue el asesinato de los jesuitas de la UCA, fomentado y celebrado por las élites salvadoreñas desde aquel entonces hasta ahora, porque justamente es lo que hacen cuando honran al ex mayor Roberto D’Abuissson, prototipo del no saber y del no conocimiento.

En resumen, las élites salvadoreñas, al obrar en contra del conocimiento y del saber, han obrado en contra de la sabiduría. Es un contrasentido que ahora el partido que las representa se erija en baluarte de la sabiduría de la sociedad salvadoreña, cuando por todos los medios a su alcance ha impedido que la misma florezca y desarrolle. Ni sus fundadores ni sus líderes actuales están llamados a validar o invalidar la sabiduría popular; no tienen la solvencia intelectual para hacerlo. Al pretender tener esa solvencia, no sólo se colocan (y colocan al partido) en un sitial que no les corresponde, sino que están minusvalorando la capacidad que tiene la sociedad salvadoreña de decidir políticamente a partir de una sabiduría que, venciendo las resistencias de las élites representadas por ARENA, ha venido labrando desde tiempos pasados y que mantiene viva pese a sus múltiples precariedades y amenazas.

(*) Politólogo y columnista de ContraPunto

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