viernes, 5 de junio de 2009

El periodismo

El periodismo no es una superficie. No es un lugar, sino un punto de vista. Una mediación. Una mediación deseable. El periodista es un tipo del que te fías. El periodismo no es un vertedero. Hay allí mucha basura, por supuesto, pero sólo la que el periodista quiere. Si todo el mundo pudiera echar la basura, sin control, la basura acabaría devorándonos. El periodista es un basurero especializado: procesa y recicla. Una tarde se la pasa con sujetos indeseables. Huelen mal y aún huelen peor sus intenciones. Pero al anochecer el periodista se levanta del café y lleva una verdad en el bolsillo, un milagro hecho de mierda reciclada, como el papel y la tinta.

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http://blogs.elmundo.es/elmundo/2009/06/05/elmundopordentro/1244235030.html

Contra las visiones tecnocráticas

Luis González (*)
Las administraciones de ARENA, a tono con la concepción neoliberal que sostiene que la economía no tiene nada que ver con la política y que los problemas económicos deben ser resueltos por “expertos”, “técnicos” y “especialistas”, rodearon sus ejercicios de gobierno con profesionales de las ciencias económicas que contaban en su haber con las mejores credenciales.

No es cierto que a ARENA le hayan sido ajenos los asesores económicos sin currículos sólidos, desde un punto de vista tecno-científico. Especialistas en finanzas, política comercial, política fiscal, gestión empresarial y bolsa de valores; gestores de riesgo, expertos en modelos econométricos… Cuadros formados en estas y otras áreas no fueron ajenos a ARENA, que los incorporó directamente al gobierno, en cargos que no siempre eran visibles, o que lo apoyaron desde instituciones nacionales –como FUSADES—, regionales –como el INCAE— o internacionales –como el BID o el Banco Mundial— que los tenían trabajando en ellas.

Los gobiernos de ARENA –junto con la derecha empresarial y la derecha mediática—, pusieron en boga en estas tierras la tesis del experto económico al cual hay que confiarle la solución de los problemas. Y es que el experto, además de saber mejor que nadie –sus títulos, formación y publicaciones técnicas así lo comprueban—, no tiene compromisos políticos ni intereses particulares que defender. Es, como técnico, neutral en temas políticos. Por tanto, su “neutralidad” es la mejor garantía no sólo de su objetividad, sino de la seriedad y rigor de sus soluciones, recomendaciones y propuestas.

En la práctica, lo curioso era que esas soluciones, recomendaciones y propuestas siempre terminaban por favorecer a un puñado de empresarios y por reforzar el esquema neoliberal prevaleciente. O sea, estos especialistas “neutrales” y “objetivos” estaban al servicio –con todo su saber técnico— de intereses particulares. En el fondo, todo era un gran engaño en el que quizás algunos de los economistas-técnicos cayeron: su ejercicio técnico-económico era parte de un proyecto político-económico más amplio, al cual ellos (y ellas) servían. Un proyecto neoliberal de derecha.

De tal suerte que el cuento de los economistas-técnicos-neutrales es sólo eso: un cuento inventado por la derecha neoliberal, al cual muchos economistas se plegaron, creyéndose la ficción de su superioridad científica sobre cualquier otra académico o académica. Fue concibiéndose así como la sirvieron. No es ese el economista (ni el profesional de las ciencias sociales) requerido por un proyecto de cambio social en función de las mayorías, sino uno que comparta y haga suyas las exigencias políticas de ese proyecto. Este es el mejor rasero para medir la ideoneidad de los y las integrantes del gabinete del nuevo gobierno.

Lo anterior supone superar las visiones tecnocráticas –esas que terminan en una casi idolatría del especialista— por una visión política expresamente asumida.

(*) Politólogo

La herencia de Saca

C. Marchelly Funes

El pasado 1 de junio, a media mañana, se puso fin a dos décadas de gobiernos areneros. El primer Gobierno Nacional del FMLN en la República de El Salvador, recibe un país con una pésima herencia del gobierno saliente. Quizá, más que herencia, debería llamarse lastre social, institucional y económico.

El ex presidente Elías Antonio Saca se jactó ante los medios de comunicación y la población en general, en su último informe oficial, de dejar “un país con solvencia económica”; afirmación que ha sido rechazada por el Secretario Técnico de la Presidencia, Alex Segovia, quien en varias ocasiones ha sostenido que el país ha llegado a “un problema de liquidez” y eso debe de solventarse cuanto antes. De no atenderse la situación cuanto antes, se puede llegar a “paralizar el Estado”.

El Presidente entrante, Mauricio Funes también hizo del conocimiento público ––en su primer discurso presidencial–– el estado en el que recibe el país: “Vamos a heredar un gobierno desfinanciado y sin los recursos suficientes para alcanzar nuestras metas”, advirtió Funes, quien reveló discrepancias entre la rendición de cuentas brindada (durante el proceso de transición) por el gobernante saliente y la información maquillada de la economía salvadoreña.

El déficit fiscal del que se habla no es de 200 o 300 millones de dólares como se había dicho, sino que es de más de un mil millones. Para tener una idea más clara de lo que esto significa –dijo el nuevo ministro de Economía, Héctor Dada Hirezi– “se trata de una tercera parte de toda la recaudación fiscal del periodo 2009”.

Si ha esto le sumamos los altos índices delincuenciales, la pésima gestión institucional, el incremento de la pobreza y el desempleo… Cualquiera se queda atónito ante las declaraciones de quienes defienden los fracasos gubernamentales de las cuatro gestiones areneras, calificándolas de buenas. O se muestran extrañados –como algún presentador de televisión— de que el presidente Funes haya hablado de la herencia de corrupción dejada por los gobiernos de ARENA.

El resultado de este déficit fiscal, de la corrupción en el gobierno saliente (y sus antecesores), y el entorno económico mundial ponen hasta cierto punto un límite en el quehacer del nuevo mandatario; sin embargo, esto también le permitirá la creación de nuevas alianzas internacionales, diseñar un nuevo pacto fiscal y reestructurar el gasto público para poder solucionar las principales demandas de los salvadoreños y salvadoreñas.

Para concluir, me gustaría hacer un pequeño ejercicio de lo que Saca prometió y de sus resultados: primero prometió un país seguro (así se llamó su programa de gobierno). El resultado: un promedio de 11.7 homicidios diarios hasta el 17 de mayo del presente. Segundo, un combate frontal a la pobreza (con su programa red solidaria). El resultado: según la Dirección General de Estadística y Censos (Digestyc), la pobreza creció de 2006 a 2007, antes de que llegara la crisis económica internacional. En otras palabras la pobreza aumentó de 30.7% a 34.6% en la urbe y en la zona rural creció 8 puntos –pasó de 35.85% a 43.8%, según los datos revelados por la Encuesta de Hogares y Propósitos Múltiples (EHPM)—.

Y, por último, un manejo responsable de las finanzas públicas. El resultado: un aumento del déficit fiscal, moras en sus deudas con proveedores de diferentes carteras estatales y salarios atrasados. La verdad de esta gestión arenera es un completo fracaso. No lo digo yo, sino los números rojos de los que se habla en los medios y los que señalan los expertos en economía.

¡Vaya herencia la de Saca!
(*) Comunicadora Social