domingo, 21 de junio de 2009

Reflexión

Tomado del Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la clausura del V Encuentro sobre Globalización y Problemas del Desarrollo, en el Palacio de las Convenciones, La Habana, el 14 de febrero del 2003.

¿De qué valdrían nuestros análisis si las ideas no entrasen en confrontación con otras absolutamente opuestas sostenidas con valentía por los que sustentan otra concepción del mundo?

Los que no somos académicos también necesitamos una dosis de valor. Aun cuando procuremos estar lo mejor informados posible de cuanto ocurre en el mundo, escasea a veces terriblemente el tiempo con que satisfacer nuestras ansias de conocer el creciente número de hechos y opiniones relacionadas con el singular proceso histórico que estamos viviendo y tratar de adivinar el incierto porvenir que tenemos delante.

No podemos quejarnos. Nos ha tocado el privilegio de vivir lo que me atrevo a calificar como la más extraordinaria y decisiva época que ha conocido hasta hoy la especie humana. Del mismo modo que el profesor norteamericano Edmund Phelps, de la Universidad de Columbia, cuando alguien abordaba una cuestión que se apartaba del tema económico que estaba exponiendo, respondía: "ese no es mi tema", debo adelantarme a decir que la economía no es hoy mi tema. Mi tema es político. Aunque no hay economía sin política, ni política sin economía.

El capitalismo desarrollado, el imperialismo moderno y la globalización neoliberal, como sistemas de explotación mundial, les fueron impuestos al mundo, igual que la falta elemental de principios de justicia durante siglos reclamados por pensadores y filósofos para todos los seres humanos, que aún están muy lejos de existir sobre la Tierra. Ni siquiera los que en 1776 liberaron las 13 colonias inglesas de Norteamérica proclamando "como verdades evidentes" que todos los hombres nacían iguales y a todos les confería su Creador derechos inalienables como la vida, la libertad y la consecución de la felicidad, fueron capaces de liberar a los esclavos, por lo que la monstruosa institución se prolongó durante casi un siglo, hasta que, anacrónica e insostenible, una cruel guerra la sustituyó por formas más sutiles y "modernas", aunque no mucho menos crueles, de explotación y discriminación racial. Del mismo modo que los que bajo el emblema de libertad, igualdad y fraternidad proclamadas en 1789 por la Revolución Francesa no fueron capaces de reconocer la libertad de sus esclavos en Haití y la independencia de esa rica colonia en ultramar. En lugar de esto, enviaron 30 mil soldados para reprimirlos, en intento inútil de someterlos nuevamente. Por encima de los deseos o las intenciones de los hombres de la Ilustración, se iniciaba, por el contrario, una etapa colonial que durante siglos abarcó África, Oceanía y casi todo el Asia, incluidos grandes países como Indonesia, India y China.

Las puertas de Japón al comercio fueron abiertas a cañonazos de la misma forma que hoy, aun después de una guerra que costó cincuenta millones de muertos en nombre de la democracia, la independencia y la libertad de los pueblos, se abren a cañonazos las puertas para la OMC y el Acuerdo Multilateral de Inversiones, el control de los recursos financieros mundiales, la privatización de empresas de las naciones en desarrollo, el monopolio de patentes y tecnologías, y la pretensión de exigir el pago de deudas ascendentes a millones de millones de dólares, imposibles de cobrar por los acreedores e imposibles de pagar por los deudores, cada vez más pobres, más hambrientos y más alejados de los niveles de vida alcanzados por las que fueron sus metrópolis durante siglos y vendieron a sus hijos como esclavos o los explotaron hasta la muerte, como hicieron con los nativos de este hemisferio.

No podría afirmarse que en la segunda mitad del siglo xx tuvo lugar un nuevo reparto del mundo como ocurrió a finales del xix y principios del xx. El mundo hoy ya no puede repartirse por ser posesión casi exclusiva de la que al final de esta azarosa historia emerge como superpotencia única y el más poderoso imperio que jamás existió.

Cuando en estos días escuchaba a nuestros distinguidos ponentes e invitados esgrimir afilados argumentos para discutir temas como la crisis económica mundial y especialmente en América Latina, el ALCA, los obstáculos para el desarrollo de los países pobres en el mundo actual, el papel de las políticas sociales y los hechos reales, muchas veces en detalle, que tales temas suscitaban sobre las causas de tantas y tales tragedias; cuando escuchaba que el PIB aumentó o se redujo, que el crecimiento sostenido se produjo y luego se detuvo, que el aumento de las exportaciones es el único camino para reducir el déficit, equilibrar balanzas, crear empleos, reducir el número de pobres, impulsar el desarrollo, cumplir obligaciones; o en otras ocasiones, cuando se afirmaba que las privatizaciones pueden ser muy útiles, crear confianza, atraer inversiones a toda costa, buscar competitividad, etcétera, etcétera, no dejaba de admirar la persistencia con que hace medio siglo se nos recomienda la forma de salir del subdesarrollo y la pobreza.

Dije anteriormente que toda opinión era respetable. Pero también pueden serlo las múltiples interrogantes y preguntas que asaltan nuestras mentes. ¿En qué mundo idílico estamos viviendo? ¿Dónde están las mínimas condiciones de igualdad que hagan posibles las soluciones que nos enseñan en las escuelas de economía para el desarrollo de los países del Tercer Mundo? ¿Existe acaso verdaderamente la libre competencia, igual disponibilidad de recursos, libre acceso a las tecnologías pertinentes, monopolizadas por aquellos que poseen no solo los frutos del talento propio sino también del ajeno, sustraído de los países menos desarrollados, sin pagar por él un solo centavo a los que con sus magros recursos lo formaron? ¿Quiénes son los poseedores de los grandes bancos? ¿Dónde, cómo y quiénes lavan y depositan las enormes sumas derivadas de las especulaciones financieras, evasiones de impuestos, comercio de droga en gran escala y los frutos de las grandes malversaciones? ¿Dónde están los fondos de Mobutu y otras decenas de grandes malversadores de bienes públicos? ¿Cómo, por qué vías y dónde están los cientos de miles de millones de dólares escapados de la antigua URSS y de Rusia cuando los asesores, técnicos, especialistas e ideólogos de Europa y Estados Unidos la condujeron hacia el brillante y bienaventurado camino del capitalismo? ¿Quién rinde cuenta moral de que hoy su población disminuya y sus índices de salud ―incluidos mortalidad infantil y materna― hayan empeorado, y muchos ciudadanos, entre ellos ancianos que lucharon contra el fascismo, sufran hambre y pobreza extrema, que afectan a millones de personas? ¿Quiénes destruyen las culturas nacionales de otros pueblos a través del monopolio de los medios masivos y siembran el veneno del consumismo en todos los rincones de la Tierra? ¿Cómo juzgar el gasto de un millón de millones de dólares en publicidad comercial cada año, con los cuales podrían resolverse los principales problemas de educación, salud, falta de agua potable y techo, desempleo, hambre y desnutrición que azotan a miles de millones de personas en el mundo? ¿Se trata simplemente de un problema económico y no político y ético?

Debo expresar resueltamente y sin vacilación alguna, como revolucionario y luchador que cree realmente que un mundo mejor es posible, el criterio de que la privatización de las riquezas y los recursos naturales de un país a cambio de inversión extranjera constituye un gran crimen, y equivale a la entrega barata, casi gratis, de los medios de vida de los pueblos del Tercer Mundo, que los conduce a una nueva forma de recolonización más cómoda y egoísta, en la que los gastos de orden público y otros esenciales, que antaño correspondían a las metrópolis, correrían ahora a cargo de los nativos.

Ni la naturaleza debe ser destruida, ni las podridas y despilfarradoras sociedades de consumo deben prevalecer. Hay un campo donde la producción de riquezas puede ser infinita: el campo de los conocimientos, de la cultura y el arte en todas sus expresiones, incluida una esmerada educación ética, estética y solidaria, una vida espiritual plena, socialmente sana, mental y físicamente saludable, sin lo cual no podrá hablarse jamás de calidad de vida.

El desafío de la educación

Luis Armando González*

Hay urgencias en El Salvador que no se pueden posponer.

Tienen que ver, por un lado, con la atención inmediata a los efectos de la crisis económica; y, por otro, con las manifestaciones más hirientes de la precariedad socioeconómica que afecta a los sectores más vulnerables de la sociedad salvadoreña. El nuevo gobierno deberá dedicar buena parte de sus esfuerzos, en el corto plazo, a atender esas urgencias.

Con todo, no se puede perder de vista la raíz estructural de la precariedad y la vulnerabilidad que afectan a la mayor parte de la población. Atacar esa raíz estructural requiere de esfuerzos que, sin descuidar lo inmediato, apunten a transformar ámbitos fundamentales de la realidad nacional.

Obviamente, no es posible atacar todos esos ámbitos a la vez ni al mismo tiempo, pero sí se puede (y se debe) comenzar por aquellos en los cuales en lo inmediato se esté en condiciones de incidir. Uno de estos ámbitos es el educativo, cuya importancia es trascendental no sólo en la formación escolar y académica de los miembros de la sociedad, sino en la configuración de sus valores, opciones y hábitos de convivencia civil y política.

A muchos y muchas se les escapa que la escuela no sólo es un espacio para la enseñanza de destrezas y habilidades, sino un espacio para la asimilación de una cultura científica –en las humanidades y las ciencias naturales— que dé sostén a una visión de mundo crítica y comprometida con la transformación de la propia realidad personal y social.

Una cosa es formar buenos trabajadores y trabajadoras –es decir, personas con las habilidades y destrezas para adaptarse al sistema productivo— y otra muy distinta formar ciudadanos y ciudadanas maduros (as) intelectualmente, a partir de una cultura científica y técnica no reduccionista. En el sistema educativo salvadoreño debe operarse cuanto antes un cambio de orientación, pasando de la concepción productivista de la educación a una concepción que se podría denominar “humanista integral”.

¿Cuál debe ser el soporte institucional de este nuevo modelo educativo? Sin lugar a dudas, las instituciones públicas de educación. Esto supone poner a punto el conjunto del sistema educativo público, no sólo en el plano del fortalecimiento de la infraestructura y la dotación de recursos didácticos, sino en la cualificación y mejoramiento del bienestar (salarios, prestaciones, condiciones de vida) del cuerpo docente en todos sus niveles. La contrapartida de esta renovación institucional es la generación de las condiciones de bienestar básico en los hogares salvadoreños, especialmente de los más pobres, de forma que se asegure la presencia de la niñez y la juventud en las aulas.

Especial atención merece el rescate y fortalecimiento de los institutos nacionales de secundaria (el símbolo de ese fortalecimiento deberían ser el INFRAMEN, el INCO (la antigua ENCO) y el ITI), cuyo nivel académico tendría que marcar la pauta del resto de instituciones (privadas) de educación media que existen en el país. En un futuro no muy lejano, nadie debería graduarse como bachiller sin pasar por los estándares fijados por los institutos nacionales de educación media. Esto haría innecesario contar con una prueba externa –que además se ha privatizado—como la PAES.

El complemento de los institutos nacionales tendría que ser la Universidad Nacional de El Salvador, que debería asumir un papel rector en el quehacer académico-universitario del país. Muchas cosas tienen que cambiar dentro de la UES para que esto suceda. Deberá modernizarse, reclutar a los mejores talentos académicos –lo cual supone fijarse ante todo en los méritos— y superar prácticas anquilosadas que han favorecido el acomodamiento y la resistencia al cambio.

Sin una universidad nacional renovada la educación superior seguirá descansando en las instituciones privadas, con los subsiguientes costos –no sólo económicos, sino de exclusión— que ello tiene para la sociedad.

En fin, se tiene un enorme trabajo por delante en materia educativa. La educación debe convertirse en el eje dinámico de las trasformaciones requeridas por el país, en orden a dar vida a un proyecto de nación inclusivo, tolerante, solidario y democrático.

Politólogo(*)

Hay que fortalecer el sistema educativo formal

C. Marchelly Funes*

Se rumora mucho sobre los posibles cambios que pueda hacer el nuevo Ministro de Educación, Salvador Sánchez Céren, en los programas de educación formal. Unos ven positivos la iniciativa, otros piensan que se incluirán ideologías y adiestramientos partidarios en los planes educativos.

Una de las primeras tareas que tiene el nuevo Ministro de educación es evaluar de manera rigurosa los planes de educación nacional, en todos sus niveles, y ver a que intereses responden estos, ya que los gobiernos anteriores le apostaron a tecnificar a los jóvenes y se abandonaron ideas elementales como fortalecer la buena lectura, esa lectura que dista mucho de las revistas light y del amarillismo, y que les capacita a los estudiantes a tener una conciencia crítica, más humana y más social.

No se requiere de un estudio científico para intuir que los niños y jóvenes salvadoreños carecen de hábitos de lectura y análisis, basta con mirar el tipo de bachilleres y profesionales que se gradúan anualmente. Estas incapacidades escolares ––han sido evidenciadas en las medias de resultados de la Prueba de Aprendizaje y Aptitudes para Egresados de Educación Media (PAES)–– pueden transformarse a largo plazo en un fracaso social irreversible, y eso es preocupante y demanda respuestas urgentes.

Quizá este fracaso se deba a las plataformas educativas de la primaria, a la pérdida de visión de los objetivos esenciales del sistema educativo como son: primero incentivar el proceso de estructuración del pensamiento, las formas de expresión personal y de comunicación verbal y escrita. Segundo, favorecer el proceso de maduración de los niños en el cultivo de la lectura, la iniciación cultural deportiva y artística, el crecimiento socio afectivo, y los valores éticos. Tercero, estimular hábitos de integración social, de convivencia grupal, de solidaridad y cooperación y de conservación del medio ambiente. Y, por último, prevenir y atender las desigualdades sociales originadas en diferencias de orden biológico, nutricional, familiar y ambiental mediante programas especiales.

El sistema educativo olvidó o pasó por alto estos objetivos, esa miopía impidió que se solidifiquen los pilares fundamentales (la primaria y secundaria) del proceso de formación de las niñas y niños salvadoreños. Reflexionemos un poco, si los infantes no entienden a temprana edad lo que leen ni saben como expresarlo por escrito, ¿cómo será su formación más adelante? Lo más seguro es que la gran mayoría culmine sus estudios superiores medio formados y que una minoría logré superar esas lagunas educativas impuestas por las plataformas educativas diseñadas por los gobiernos areneros.

A manera de conclusión, esta claro que el sistema educativo actual necesita un cambio de rumbo, ya no hay que ver la educación como el mero hecho de saber leer y escribir, es necesario tener una visión de pensamiento crítico, humano y solidario y esto se logra a través de la enseñanza con criterio social, no se trata de ideología como dicen muchos sino de brindarle las herramientas a los estudiantes para que se formen su criterio y sean ciudadanos críticos y socialmente sensibles.

Comunicadora Social(*)