miércoles, 26 de agosto de 2009

La política y los riesgos del futuro II

Daniel Innerarity*

Los cálculos matemáticos, pese a las precauciones metodológicas, tienen una tendencia que podríamos llamar innata a disimular las ignorancias. No estamos en condiciones de cuantificar verdaderamente los riesgos vinculados al mercado, a la liquidez, menos aún aquellos que serían debidos a un error humano o a una modificación reglamentaria. La matematización sólo es exacta para procesos en los que la interpretación juega un escaso papel, lo que no es el caso del mercado financiero. Por eso mismo, las cualificaciones que hacen las agencias de rating encapsulan el riesgo, omiten su naturaleza interpretativa. Y esta es la razón por la cual hacer que las agencias sean más independientes no cambiaría nada mientras no modificáramos nuestra concepción de la verdadera naturaleza de los riesgos financieros.

La ilusión de que era posible medir exactamente los riesgos ha alimentado otro sueño: que estábamos en condiciones de minimizarlos. La idea de un "riesgo sin riesgo" es la ideología que sostiene a la matemática financiera que está en el origen de la crisis actual. La crisis financiera es en buena medida consecuencia de una serie de instrumentos financieros que se desarrollaron para proporcionar nuevas formas de seguridad, instrumentos de los que se afirmaba que se apoyaban en cálculos de riesgo seguros. Lo que ahora se ha puesto de manifiesto es que estos cálculos y pronósticos no son solamente inexactos sino, en ocasiones, también peligrosos.

Nunca hasta ahora han sido las sociedades tan dependientes de los métodos para calcular el riesgo y nunca ha sido tan evidente la fragilidad de esos cálculos. La sofisticación de los modelos matemáticos coincide con la evidencia de que la complejidad de los sistemas sociales no puede ser reducida completamente por ningún modelo. Es una ilusión pensar que el riesgo, también el riesgo financiero, puede disiparse completamente. Aunque los bancos no son casinos, como suelen decir ciertos demagogos, tienen en común con ellos que el azar no les es nunca completamente ajeno. Las transacciones del sistema financiero global se basan en pronósticos extremadamente inseguros; el mercado conoce volatilidades cuya dimensión no puede ser ni prevista ni eliminada.

Un requisito fundamental para la gestión adecuada de los riesgos es haber comprendido que el riesgo no es un elemento objetivo sino que depende de una lectura de la situación que hace quien trata de prevenir de él o de tomar la mejor decisión posible. Las valoraciones del riesgo colectivo son fundamentalmente políticas. Es imposible juzgar objetivamente las ventajas y desventajas de una determinada tecnología puesto que tales valoraciones dependen de valores políticos. Esto se debe a que las valoraciones del riesgo están en función del futuro que se desea o se teme, lo que es una cuestión eminentemente política. Una de las reflexiones que sin duda van a ocuparnos en los próximos años es cómo hacemos frente a los desafíos que todo esto nos plantea. Nos hace falta un análisis más profundo del concepto de riesgo y de los procedimientos para gestionarlos colectivamente de acuerdo con procedimientos democráticos y conforme al saber disponible.

¿Cómo evaluamos los riesgos cuando su existencia misma es incierta? ¿Qué decisiones hay que tomar en presencia de un riesgo débil o no cuantificable, pero cuyas consecuencias serían muy graves?

Lo que debe primar es nuestra apreciación colectiva del riesgo tolerable. Los riesgos han de medirse y gestionarse con criterios sociales y políticos. Tanto en materia de cobertura de los riesgos financieros, como tratándose de riesgos sanitarios o ecológicos, sólo el debate público y su traducción en reglas admitidas por todos pueden proporcionar un marco de referencia. Ni siquiera los detentadores oficiales de la exactitud pueden ahorrarnos ese debate.


(*) Profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza, España.

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